La culpa en nuestra vida cotidiana

Por: Maria Solsona Pairó

Cuando la emoción de la culpa está muy presente en la vida de una persona, esta vive como si nunca lograra sentirse cómoda consigo misma. Interpreta que lo que sucede fuera de ella es porque no está a la altura de la situación y vive en una constante autoexigencia que impide la fluidez de los hechos, como si estuviera en un examen continuo. Se siente incapaz de hacer las cosas como realmente las haría, como si esa capacidad no estuviera completamente desarrollada y no pudiera expresarla al exterior. Todo el tiempo habla de lo que no ha hecho bien. Es una persona muy exigente, a la que le importa más cómo va a quedar que vivir la experiencia.

Es importante que nos demos cuenta de la capacidad que tenemos de autoexigirnos, como si quisiéramos ser un modelo perfecto de algo. Nos parece crucial dar la talla en cualquier situación y nos importa más responder a ese modelo que ser humanos, sencillos, naturales y simplemente vivir la experiencia. La culpa puede tener que ver con haber tenido un padre muy exigente y autoritario, de tal manera que no había un diálogo fluido con él, e incluso podría ser inexistente. También puede tratarse de un padre físicamente ausente, o presente pero que no hablaba. Es importante revisar la relación que se ha tenido con el padre, porque la figura paterna que decimos tener influye en la forma en que nos movemos en el mundo. Hasta que tomamos conciencia de ello, y entonces tenemos la posibilidad de actuar de manera diferente.

Por ejemplo, si mi padre no sabe ir a un lugar sin llevar algo en la mano, como un postre, unas flores o una botella de vino, yo me sentiré incapaz de ir a ese lugar sin llevar algo. Es decir, la forma en que mi padre se relaciona con los demás es la que yo he adoptado hasta que soy consciente de ello.

La culpa también implica mucha inhibición, un proceso de volver hacia dentro para revisar la experiencia y darnos cuenta hasta qué punto hemos sido los causantes del problema. En esta etapa de revisión, no se presentan nuevas experiencias hasta que la reflexión es completa. Por ejemplo, si he terminado una relación en la que creo que no he dado la talla, no podré iniciar otra hasta que no me resuelva internamente, hasta que no entienda cómo vivo, cómo me exijo y qué creo de mí mismo/a. Hasta que no termine este proceso de exploración, no podrá aparecer otra persona en mi vida.

El hombre se relaciona con la mente y la mujer con el sentimiento. Hasta que no tenga una mente más compasiva conmigo, que no sea torturadora, ni tan autoexigente, ni tan cruel, ni me haga sentir en el banquillo de los acusados, no podré encontrar una relación con un hombre, tanto si soy hombre como mujer. Es necesario cambiar mi forma de interpretar las cosas y el dolor que me inflijo, para no seguir atrayendo a personas que asumen que yo tengo la culpa.

Por ejemplo, imaginemos que se acaba una relación y la otra persona dice: “Y terminamos porque tú eres culpable de…”, que diga que has dejado la relación vacía, o que nunca atendiste sus caprichos, lo que sea. Esto quiere decir que aceptas la culpa. Si tengo a mi lado a una persona que me dice esto, es porque yo también creo eso de mí, y hasta que no revise las bases en las que creo lo que me han dicho, no podré atraer a otro tipo de persona en mi vida. Esa persona será la voz de lo que yo creo de mí mismo y debo revisar.

Muy probablemente, esto viene del padre, ese padre con el que no se podía conversar, no se podía llegar a un entendimiento. Las cosas eran de una manera o de otra, pero no se podía hablar de los procesos intermedios, y mucho menos de sentimientos. Solo se hablaba de hechos, de cómo prepararse para una situación o para otra, pero no de la parte vulnerable en la que te sentías indefenso. Y ahora, todo esto no es posible porque no has aceptado de ti la parte más vulnerable.

Al terminar una relación de pareja en la que te sientes culpable de la ruptura, es importante darse cuenta de algo muy simple, como decirte: “Oye, pues en esta relación en realidad no había nada que arreglar, solo que no había más que vivir, que se acabó el motivo del encuentro”. Entonces, nadie tiene la culpa, ese era el último día. Y cuando te das cuenta de esto, es una revelación muy grande, lo sientes en todo tu cuerpo, en todo tu ser.

«Cuando el cielo quiere salvar a un hombre, le envía amor». – Lao Tse

Podemos relacionar la culpa con un arquetipo militar; a veces tenemos un tiempo por delante y estamos marcando horarios constantemente. Hasta las 3h me permito comer, hasta las 4h lavar los platos, hasta las 6h estudiar la lección… Pero llega el domingo y es lo mismo. ¿No era para hacer lo que quisiera el domingo? ¡Uy no! Porque el domingo es cuando puedo hacer esto y lo otro, y si no hago nada, puedo acabar castigándome por no haber hecho aquello y no permitirme disfrutar de lo que tengo delante. Eso tiene que ver con ese arquetipo militar que no te permite ser natural contigo mismo/a. Y entonces te vuelves obsesivo con el deber y puedes caer en cuadros melancólicos, porque, claro, el alma llora.

La culpa es ignorancia, es tener una mirada muy limitada, no darnos cuenta de la totalidad del hecho. La sabiduría nunca me daría la culpabilidad, me daría el conocimiento de la experiencia que está sucediendo, no calificaría la situación, no culparía al árbol porque no ha dado un fruto maduro, sino que se preguntaría qué le habrá pasado al árbol para que no pueda dar su fruto, dejando el proceso abierto. Sin embargo, nosotros podemos decir que no hemos conseguido el resultado esperado y sentirnos culpables.

Cuando digo que soy culpable de algo es porque no estoy conociendo la totalidad del tema. No es que me haya despistado y no me haya dado cuenta de que esta relación se estaba acabando, es que hubiera terminado del mismo modo. Es como si de pronto ves que el fruto cae y dices: “¡Pero si se hubiera caído igual!”. La culpa surge porque queremos mantener una situación anterior para lograr un resultado exitoso, y tal vez el éxito sea que haya terminado, pero uno se queda atascado en que no era su propósito y no se ha cumplido.

Ahora puedes decirte: “Yo ya sé ponerme horarios, ahora voy a ver qué me ofrece la vida”.

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